En estos días miles de españoles han sacado sus banderas nacionales a la calle o la han colocado en sus balcones. Es la respuesta espontánea -esta vez sí, espontánea, porque se ha hecho no sólo sin los políticos sino incluso contra el criterio de los políticos- de un pueblo que se rebela simbólicamente contra quienes le quieren robar la nación. Contra quienes le quieren trocear la patria.
Este resurgir patriótico está siendo contestado con reproches por quienes, por desapego a la idea nacional, entienden que esa energía empleada en defender al país estaría mejor empleada en defender a sus habitantes. Incluso deslizan la idea de que se agita la bandera de España para ocultar los problemas de la gente. “Menos banderas y más denunciar la corrupción y defender los derechos sociales”. “Menos manifestaciones y más colaboración para apagar los incendios en Galicia y Asturias“. Tales son los argumentos.
Pero ¿quién ha dicho que, por defender la unidad de España frente al secesionismo, se desentienda uno de los problemas de los españoles? ¿Por qué motivo quien se identifica con los más humildes, quien busca la justicia social y la regeneración de la vida pública debe abjurar del patriotismo?.
En nuestro caso no sólo no hallamos incompatibilidad sino que el motor de nuestro patriotismo es la búsqueda de una patria más justa. Amamos España con afán de perfección. Entendemos que no puede haber patria sin justicia.
De otra parte, estamos persuadidos de que una patria fuerte, una nación soberana, un país verdaderamente libre es la mejor defensa para los trabajadores frente a los poderes económicos internacionales, frente al poder de las multinacionales y las imposiciones de los organismos de la internacional del dinero.
Por la Patria, el Pan y la Justicia. Ese es nuestro lema en la lucha por la España unida, justa y solidaria que queremos.