Desde hace unas semanas no paran de aparecer aspirantes al pullitzer que buscan establecer paralelismos entre el discurso de Pablo Iglesias, y los postulados nacionalsindicalistas de Falange Española de las JONS.
La cuestión de fondo es la pérdida del compromiso fiscalizador del periodismo con mayúsculas: los diarios se han convertido en receptores de la propaganda ministerial. Las campañas electorales de los grandes partidos llenan las arcas de la prensa española, por lo que están a su servicio. Atrás quedaron los auténticos periodistas, que persiguen la verdad caiga quien caiga, ajenos por completo a los espúreos intereses partidistas.
Este parece ser el caso de Pablo Iglesias. El antaño chico simpático se ha convertido de la noche a la mañana en un monstruo. Cuando el sistema no da la razón a los liberales que lo manejan entonces se entra en la descalificación del contrincante. Y no hay peor insulto para la casta que designar a alguien con el apelativo de “falangista”, pese a que muchos vistieron camisa azul en otro tiempo.
Por desgracia para Pablo Iglesias y para los liberales de la corte de Felipe VI es que el eurodiputado no es falangista. Y no lo es, porque admira a un régimen tiránico como es el de Nicolás Maduro, no lo es, porque se posiciona a favor del aborto, no lo es, porque connive con el separatismo etarra, y no lo es porque carece de la ética y el estilo que caracteriza a los falangistas.
Solo tenemos una cosa en común con Pablo Iglesias: nuestra repugnancia por este sistema y la casta que lo desvalija, y los escribas babosos que ensalzan sus virtudes.
Falange Española de las JONS