La crisis económica que azota a España ha polarizado al pueblo español en varios frentes: ricos y pobres, trabajadores y desempleados, y europeístas y euroescépticos. Así llaman a los que llevamos décadas denunciando lo que se avecinaba.
Falange Española de las JONS ya denunció la entrada en el mercado común en los ochenta, que condujo irremediablemente a una reconversión industrial, nos opusimos a la firma del Tratado de Maastrich en los noventa, y continuamos denunciando una y mil veces la absolutista política de Bruselas en lo que se refiere a campo, juventud, finanzas o comercio.
A esto que no es sino salirse del pensamiento único, aplicando nuestras propias fórmulas socioeconómicas es lo que los “progres” y “neocones” denominan euroescépticos, y que es un concepto negativo en el que se mete a variopintos personajes: apátridas antiglobalización, grupos de extrema (izquierda o derecha, igual dá) y los que proponemos una tercera vía, fuera de este sistema y de este régimen absolutista. Por eso no gustamos.
Europa fue el gran invento del eje Paris-Berlín. Nos hicieron descuajar nuestras viñas, sacrificar nuestras reses, cerrar fábricas y minas… han pasado los años y España es el yermo país que aventurabamos los falangistas, mientras que Francia y Alemania, sacan a flote sus economías. Nos han convertido en su mano de obra barata, y en su mercado. Compramos sus coces porque hicieron que no los fabricáramos nosotros.
Si a ello le sumamos el desastroso puzzle administrativo que nos regalaron el Borbón y sus amigos en 1978, a pocos se les escapa que en España lo que hace falta son dos cosas: una reorganización territorial profunda, y una salida de la Unión Europea como medio de recuperar soberanía, y por ende, de poder tomar decisiones propias para atajar los problemas que asolan al pueblo español. Esto es sentido común. Esto es Justicia. Esto es falangismo.